No es tiempo de orgullo

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Hay que empezar a decir alto y claro y llamar a las cosas por su nombre: en España los llamados colectivos LGTB son un movimiento de naturaleza marxista. Un conglomerado —como yo les acuñé— elegeteberiano, es decir, un compendio de “chiringuitos” donde se integran personas tan singulares como como gais; que nada tienen que ver con los bisexuales, ni estos con las lesbianas, ni por supuesto con los trans. El resto de letras me sobran pues son un invento inaceptable.

Es como aquel juego de mesa, “juegos reunidos Jeyper”, donde cada juego no tenía nada que ver con los anteriores

Un batiburrillo de asociaciones y de personas tan diferentes como los grupos que integran ese colectivo ─Ya el hecho de auto denominarse colectivo, lo dice todo─, pero que todos se agrupan en torno a unas siglas donde ahora han añadido unas letras más hasta completarlo, que de seguir así llegaran a las 27 del abecedario español.

Ya desde hace unos años, más o menos desde que ese colectivo perdiera la independencia, la decencia y hasta la razón de su existencia, que no era otra que defender los derechos de todos los LGTB y la de su libertad sexual, daba igual lo que cada uno pensara u opinara, prevalecía la libertad por encima de todo. Pero eso fue una utopía, una quimera que duró lo que tardaron un puñado de aprovechados sectarios de Chueca para infiltrarse en esas organizaciones y apoderarse de ellas, para después ir politizándolas y transformarlas en delegaciones del PSOE y del PCE (marxistas).

Ni qué decir tiene que empezaron a regar de dinero público, de subvenciones y de dádivas a las mismas. Desde aquel momento, esas asociaciones colectivistas empezaron a trabajar para conseguir adeptos para la causa hasta conseguir lo que hoy son. Lo que desconocen por completo la inmensa mayoría de personas LGTB en España, es que están siendo manipulados, adoctrinados y engañados y, por ende, ellos hacen un seguidismo partidista y nauseabundo de esa ideología criminal, que en cualquier país donde tienen impuesta su dictadura, les perseguirían y asesinarían sin pestañear. Como en Venezuela, Cuba, Nicaragua, China, Corea del Norte, Rusia y la inmensa mayoría de países árabes, donde por supuesto no existe la democracia ni los derechos humanos para nadie, menos para las personas LGTB que son colgadas en grúas en las plazas públicas, como en Irán, para dar ejemplo de su intolerancia y causar pánico y terror en la población.

Pero, además, y lo más doliente, es que estas asociaciones no defienden los derechos humanos ni los derechos de los LGTB en España ni en ninguno de esos países donde gobiernan dictaduras comunistas, que tanto defienden aquí en España esos elegeteberianos, donde están asesinando a gais que no son tan privilegiados como ellos, que no tienen ni la más mínima libertad de expresar su orientación sexual, pues están perseguidos por aquellas tiranías comunistas.

Hace unos años podría estar justificado la celebración del orgullo para conmemorar el sacrificio y la lucha que supuso el haber conseguido una serie de derechos que antes se nos negaban y que el hecho de “salir del armario”, era un acto de valentía ante la sociedad, pues era confesar algo muy íntimo y les garantizo que costó muchos disgustos.  Pero a pesar de ello, fuimos libres para expresar nuestras emociones, nuestra sexualidad y nuestro amor hacia personas del mismo sexo, pues nadie elige nacer de una forma u otra; ricos o pobres, hombres o mujeres, gais o heteros, nadie lo elige. Y muchos lo hicimos cuando era un verdadero orgullo, por su dificultad, «salir del armario» y haber luchado por conseguir los derechos que hoy tenemos y que la sociedad nos ha reconocido, pues era un acto valiente mostrar al mundo tu sexualidad, que no por ello íbamos a ser menos hombre o menos mujer que el resto.

Era un acto audaz y que en muchos casos le costó la vida a alguien en alguna parte del mundo, incluso aquí

Pero también tenía otras consecuencias, como perder los trabajos, ser insultados, o que alguien murmurara y te llamara “maricón o totillera”.

Pero también es verdad que cada año que ha ido pasando nos dábamos cuenta que aquel mantra de que la fiesta del orgullo era una celebración lúdica, aséptica y libre, nada más lejos de la realidad, cada año hemos venido observando la transformación de la que les hablaba al principio de este artículo; una radicalización hacia la extrema izquierda, una deriva repugnante deleznable y criminal hacia un totalitarismo subvencionado y regado de dinero público. Es uno de los lobbies más potentes y defensor de las políticas de este gobierno, uno de los mayores «chiringuitos» y con más poder de España, junto con el lobby “feminazista”, el del “cambio climático”, o el de la inmigración violenta que está invadiendo España con unas mafias que nadie persigue. Todos ellos son la punta de lanza de un globalismo que quiere acabar con todos los derechos, logros, avances y libertades de todos los seres humanos.

Por esta razón, este orgullo carece de cualquier sentido para celebrarse. Y no solo este sino otros anteriores tampoco, máxime después de una pandemia donde por la propia gestión de este gobierno han fallecido más de 180.000 personas. O Quizás también convendría que hicieran una introspección y pensaran en todos esos pobres chicos gais perseguidos por el simple hecho de haber nacido gay y en uno de esos países donde no existen los derechos humanos, ni vestigio alguno de que vayan a existir, cuando no apaleados, condenados a perpetuidad a trabajos forzados, o peor aún, condenados a muerte. Esto es habitual en cualquier país donde existe un régimen comunista, que nos encierran, nos vejan, nos torturan, nos quitan la dignidad y nos matan. Esa ideología es venerada por estos colectivos del movimiento LGTB en España.

En los años 80 y 90 ya teníamos prácticamente los mismos derechos que cualquiera, ¡que no os cuenten mentiras!

Como os decía, no tenemos ningún derecho a celebrar nada, más allá de un breve acto institucional para recordar de dónde venimos, lo que hemos conseguido y todo lo que podemos perder de seguir apoyando a todos esos activistas del “chiringuito”, pues esa es su realidad y su propósito fundamental: cobrar ingentes cantidades de dinero público para apoyar una doctrina marxista y asesina.

Se han apoderado hasta de uno de los símbolos, la bandera arcoíris. Y por favor, no oséis tocar las franjas originales de la bandera que representa la libertad y el orgullo de quienes nos costó tanto conseguir ser respetados por la comunidad y por los ciudadanos. Vuestra bandera, por la que tanto lucháis enmascarando la bandera de la libertad y la diversidad, es la bandera roja con la hoz y el martillo. Ese es vuestro gran símbolo y vuestra mejor representación. No usurpéis ni os apropiéis de lo que vosotros odiáis más profundamente: la libertad.

Como decía aquel famoso diálogo de la también famosa película: «en ocasiones veo muertos«. En este caso no son muertos, son banderas arcoíris por doquier; en bancos, buzones, logotipos de las TVs, autobuses, en cada esquina, en spot publicitarios. Incluso en edificios públicos donde está prohibido exhibir cualquier bandera que no sea la de España, como hasta en la misma Moncloa, que han aparecido dos banderas enormes por sendas ventanas.

Y, sobre todo, no tenemos nada que celebrar, máxime cuando todos los días nos despertamos con alguna agresión homófoba por parte de bandas de inmigrantes violentos, de origen africano o de algún país islámico, en muchos casos los famosos menas, que apalizan a diario en nuestras calles a algún homosexual y que por supuesto la banda del abecedario no denuncia, ni tan siquiera comenta.

No, no podemos celebrar el orgullo, cuando los representantes de esos colectivos del LGTB no condenan, ni critican, ni tan siquiera reconocen la existencia de esos ataques porque es la misma política que lleva a cabo este gobierno, su gobierno, que permite y promueve la entrada de inmigrantes violentos que entran en nuestras fronteras agrediendo a nuestros policías y pisoteando la ley.

No, no podemos celebrar el orgullo, porque no supone ningún orgullo el que se esté impartiendo ideología de género o adoctrinamiento sexual, en muchos casos repugnante y presuntamente delictivo, a niños de corta edad, cuasi obligándoles a aceptar una homosexualidad impostada o falsa que rompe su inocencia y seguramente con consecuencias irreversibles.

No, no podemos celebrar el orgullo, cuando vemos aprobada una ley denominada “trans”, que tira por tierra todos los logros, todo el respeto e igualdad de esa filosofía que se basaba en el libre albedrío de cada persona para elegir a su tiempo lo que haya de venir, tanto el ser hetero, gay, lesbiana o trans, pero ha de ser la naturaleza y jamás la involución sectaria de una ideología inyectada a fuego en la mente de niños de 5, 8 u 11 años que les destrozará la vida para siempre.

No, no podemos celebrar el orgullo, cuando entre los elegeteberianos, las feminazis y resto de la extrema izquierda han dejado a la mayoría de hombres heteros, poco más que convertidos en guiñapos, sin uno de los derechos constitucionales y fundamentales, como el derecho a la presunción de inocencia, con una ley, la Viogen, que les puede arruinar la vida porque se ha permitido revertir con esa ley la carga de la prueba: eres culpable hasta que no demuestres tu inocencia. O la ley “del sí es si”, que simplemente por despecho puedes acabar detenido acusado de un delito grave de violación o abusos.

Pero no sólo existen razones políticas sino también económicas, sociales, culturales y nacionales como para no celebrar durante una semana una hipotética fiesta para mostrar un orgullo que ya no existe. Sí existió antaño, doy fe de ello. Yo sentí ese orgullo y decenas de miles de personas también lo sintieron, pero aquellos tiempos pasaron, los gais, bisexuales, lesbianas y trans ya obtuvimos nuestros derechos en aquellos años de libertad de los 80, 90 y principios de los 2000. Obtuvimos prácticamente los mismos derechos que los heteros y que el resto de ciudadanos españoles.

No existen razones objetivas, salvo como decía, una celebración institucional de un fin de semana, en memoria de aquel hito histórico, pero no para celebrar una fiesta con estos fastos de desfiladero y derroche, cuando hay tanta necesidad en nuestra sociedad y menos para que un «colectivo» se exhiba y contornee, o dicho en el argot que todo el mundo me va a entender: no es tiempo de “mariconadas” dicho siempre con todos los respetos.

España está en periodo de recesión, los precios no paran de seguir escalando hacia una situación inaceptable e inasumible por los ciudadanos. Estamos al borde de un posible desabastecimiento energético; el gas, los combustibles fósiles, una cesta de la compra cada vez más difícil de llenar, una posible banca rota del sistema financiero, pues el BCE dejó de comprar deuda pública a nuestro país, a parte de los muchos problemas más que este gobierno cada vez empeora más por cada día que están gobernando. Eso por no mencionar una posible crisis diplomática entre Argelia y Marruecos por la carta de rendición de Pedro Sánchez ante Mohamed VI ofreciéndole él personalmente y saltándose la ley, la autorización del parlamento, e incluso la aprobación de su partido y la de sus socios, la posibilidad a este de que el Sáhara pueda ser una autonomía de Marruecos.

Pero lo más grave es que han olvidado su función primordial, que es la de luchar por los derechos de aquellas personas LGTB que no pueden hacerlo porque viven en dictaduras totalitarias y comunistas carentes de cualquier vestigio de libertad, mientras que aquí se dedican a festejar durante una semana una hipotética fiesta del “orgullo” camuflada en la mas siniestra ideología: el comunismo.

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