Francisco Pizarro, conquistador del Perú
Francisco Pizarro González nació en Trujillo, Cáceres, el 16 de marzo de 1478 y murió en Lima el 26 de junio de 1541, fue un conquistador español que lideró a comienzos del siglo XVI la expedición que iniciaría la conquista del Perú. Posteriormente sería nombrado gobernador de Nueva Castilla, con sede de gobierno en Ciudad de los Reyes (Lima).
La dinastía inca fue el más poderoso linaje de emperadores del continente americano. Sus gobernantes dominaban la región de Cuzco, densamente poblada, y mediante generaciones de alianzas matrimoniales estratégicas con mujeres poderosas de los grupos vecinos acrecentaron la masa de trabajo tributario para la agricultura y el pastoreo, así como para construir obras monumentales y emprender campañas militares. La práctica de enviar periódicamente fuerzas avasalladoras para dividir y conquistar a las comunidades de la cordillera condujo a la rápida anexión de extensos territorios. Sin embargo, los españoles llegaron en un momento en el que aspectos vitales del poder inca estaban patas arriba y, el futuro del imperio, en tela de juicio.
La hueste que conquistó el imperio de los incas alcanzó los trescientos cincuenta infantes y los sesenta y siete efectivos de caballería. Dos terceras partes de aquellos hombres eran baquianos, veteranos de Indias, gente dura y aclimatada ya a aquellas tierras, si bien las selvas panameñas poco tenían que ver con los Andes.
Antonio Espino López de la Universidad Autónoma de Barcelona escribiría esta reflexión sobre las huestes de Pizarro y sus tácticas
“El secretario de Francisco Pizarro, Pedro Sancho de la Hoz, siempre defendió que, en una tierra tan difícil por su orografía como Perú, Pizarro tuvo una muy buena baza en la calidad de la gente que llevó consigo, pues todos tenían una gran experiencia en otras conquistas indianas y estaban curtidos en los “trabajos” de la guerra. Asimismo, el hecho de haber contado con la presencia de tropas aliadas aborígenes en sus filas ayudó sobremanera a Pizarro y sus capitanes a domeñar la resistencia inca”.
Los primeros días de febrero de 1529, Pizarro viajó a Toledo. Un mes más tarde, en junio, Francisco Pizarro y la Corona pudieron ponerse de acuerdo para que esta última otorgara una Capitulación, que, por haber sido concedida en Toledo, el 26 de julio de 1529, llevó el nombre de esta ciudad, que lo autorizaba a conquistar la llamada Nueva Castilla, el nombre burocrático hispano que tendría el Perú.
Pizarro partió de San Miguel de Piura en busca de Atahualpa el 24 de septiembre de 1532. La marcha hacia Cajamarca fue una verdadera proeza de valor ante lo desconocido. Entre jinetes y peones Pizarro llevaba ciento sesenta hombres, que había podido reclutar gracias al arribo a territorio peruano de Hernando de Soto y Sebastián de Belalcázar. Desde meses atrás Pizarro y Atahualpa habían iniciado una serie de contactos en donde los hombres del inca trataban de espiar a esas gentes para ellos con costumbres tan distintas a las suyas. Finalmente, el 15 de noviembre de 1532 Pizarro y los suyos estaban en Cajamarca donde el inca aguardaba rodeado de un ejército de miles de hombres y de un boato realmente excepcional.
Pizarro distribuyó a sus hombres en dos pelotones de caballería y él se puso al frente de los infantes. Su única posibilidad de triunfo era el factor sorpresa. Atahualpa, por su parte, pecó de excesiva confianza, la cual tenía un asidero real: su inmensa superioridad numérica. Con toda la majestuosidad de un monarca, Atahualpa inició la marcha hacia la plaza de Cajamarca donde lo esperaba la emboscada de los españoles. Pizarro dio la orden, se disparó un pequeño cañoncillo y unos pocos arcabuces y al grito de “Santiago” los pelotones de caballería, donde los equinos llevaban collares de cascabeles para hacer mayor ruido, embistieron a los confiados hombres del inca que no atinaron a una defensa eficaz y sólo buscaron defender a su Monarca muriendo muchos de ellos estoicamente a su lado. Atahualpa fue arrancado de las lujosas andas en que era llevado a hombros y con ello el triunfo estaba asegurado para los españoles, pues nadie osaba efectuar ningún movimiento si el inca no lo ordenaba.
Acababa de regresar Pascual de Andagoya de un viaje al “señorío de Virú, Pirú o Perú” que confirmaba la existencia de territorios abundantes en oro y plata. La sociedad constituida por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y el clérigo Hernando de Luque decidió entonces invertir 18.000 pesos de oro para explorar la costa septentrional del Pacífico y alcanzar aquellas tierras tan ricas que Andagoya había desistido de explorar. Enviados por Pedrarias Dávila, gobernador de Castilla del Oro (Panamá) y Nicaragua, los experimentados Pizarro (a la sazón alcalde de Panamá y capitán de la guardia del gobernador) y Almagro afrontaron todo tipo de inclemencias y ataques de los indios en sus expediciones entre 1524 y 1528 hasta llegar al pueblo incaico de Tumbes, donde pudieron comprobar que estaban en las lindes de un gran reino cuyas riquezas podrían ser extraordinarias.
Además de esta circunstancia política anómala al momento de la conquista hay que tomar en cuenta que muchos pueblos dominados por los incas desde el Cuzco, como los Huancas o los Chachapoyas, entre otros, vieron en los españoles a los aliados que podrían ayudarlos para romper con la dominación cuzqueña. Pizarro supo aprovechar estas disensiones y conseguiría leales aliados indígenas.
El trato que dispensó Pizarro al inca cautivo fue generoso. Impidió cualquier tipo de vejámenes. Luego de la fundación de Lima, del reparto de solares y de la entrega de indios a sus hombres y a diversas órdenes religiosas, se inicia para Francisco Pizarro una etapa de intensa actividad. El 5 de marzo de 1535 funda la ciudad de Trujillo. Por esos días se enteró que Diego de Almagro había recibido de la Corona el título de gobernador de la Nueva Toledo. Pizarro marchó al Cuzco donde arribaría los primeros días de junio y allí conferenció con Almagro para planear la conquista de Chile, que llevaría adelante el Gobernador de la Nueva Toledo. Pizarro nombró a su hermano Hernando teniente de gobernador en el Cuzco, y él decidió continuar en Lima. Ese año, no se sabe en qué mes, nació en la futura capital del Perú, Gonzalo Pizarro Yupanqui, segundo hijo de Francisco Pizarro y de Inés Huaylas Ñusta.
Luego de una corta visita a Trujillo, Pizarro retornó a Lima a inicios de mayo de 1536 donde angustiados mensajeros lo esperaban para noticiarlo que Manco Inca había iniciado una gran sublevación en el Cuzco y que los españoles, entre los que se encontraban sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, corrían gravísimo peligro de perder la vida. Esa sublevación también avanzó sobre Lima, pero le dio tiempo a Pizarro para enviar hasta cinco expediciones de socorro con destino al Cuzco. Todos los españoles fueron muertos en el camino, a excepción de algunos hombres que iban en el último contingente que pudieron retornar a Lima. Pizarro había ya enviado también urgentes mensajes pidiendo auxilio a Panamá, Nicaragua y México. Mientras tanto un gran ejército inca, a principios de agosto de 1536, puso cerco a la flamante capital de la Nueva Castilla. La hueste incaica estaba al mando de Tito Yupanqui. En septiembre llegaron los primeros refuerzos al mando de Alonso de Alvarado y luego de una cruenta lucha los españoles consiguen dar muerte a Tito Yupanqui, con lo cual sus soldados se desconcertaron y emprendieron la retirada hacia el Cuzco.
Inmediatamente después Pizarro dispuso que Alonso de Alvarado marchara al Cuzco con una expedición para socorrer a esa ciudad. La llegada de Almagro de retorno de su fracasada expedición a Chile hizo que el cerco se levantara y Manco Inca y sus hombres más adictos buscaron refugio en la agreste zona de Vilcabamba. El peligro de la gran insurrección india había pasado.
En los primeros meses de 1540 ya Pizarro estaba en su capital. Se sentía al margen de empresas guerreras e hizo públicas las Ordenanzas para el Buen Gobierno del Perú y el Bienestar de los Indios. Por este tiempo también se dedicaba a labores de carácter administrativo otorgando “entradas” y repartimientos de indios.
El 26 de junio de 1891, al conmemorarse el 350 aniversario de la muerte de Francisco Pizarro, tuvo lugar en la Catedral de Lima una solemne ceremonia en la cual el Cabildo Eclesiástico entregó al Concejo Provincial de la capital del Perú los restos del capitán extremeño para que reposaran definitivamente en la capilla de los Reyes Magos de la Iglesia Metropolitana limeña.
En 1977, en circunstancias que se hacía diversas remodelaciones en la cripta de la Catedral de Lima se encontró accidentalmente, detrás de una pared, una caja de plomo en cuya tapa se leía esta inscripción: “Aquí está la cabeza del señor marqués don Francisco Pizarro que descubrió y ganó los Reynos del Pirú y puso en la Real Corona de Castilla”. A partir de ese momento el arqueólogo Hugo Ludeña comenzó una exhaustiva investigación multidisciplinaria, con la colaboración de importantes especialistas nacionales y extranjeros, con el propósito de resolver si eran éstos los verdaderos despojos de Pizarro. Las conclusiones de los trabajos, que duraron varios años, fueron definitivas: ésos, y no los que se guardaban en la urna de cristal desde 1891, eran los vestigios del marqués gobernador. En enero de 1985, durante el gobierno del presidente Fernando Belaunde Terry, los restos auténticos reemplazaron a los apócrifos y fueron colocados en una remodelada y hermosa capilla de la Catedral de Lima. El cronista Pedro Pizarro describe a Francisco Pizarro así: “Era hombre alto, seco, de buen rostro, la barba rala, valiente hombre por su persona y animoso hombre de gran verdad. Tenía por costumbre de cuando algo le pedían decir siempre de no”. Según Raúl Porras Barrenechea, Pizarro es el arquetipo del conquistador español: heroico, ambicioso, anárquico. Considera también a Pizarro como la figura más arrogante de la conquista de América pues no hay quien más a tono supiera armonizar la vida con la muerte.