La muerte no es el final, como bien dice el himno compuesto por el sacerdote español Cesáreo Gabaráin Azurmendi:
«Tú nos dijiste que la muerte
No es el final del camino
Que aunque morimos no somos
Carne de un ciego destino…
Cuando la pena nos alcanza
Por un hermano perdido
Cuando el adiós dolorido
Busca en la fe su esperanza…
Si caminamos a tu lado
No va a faltarnos tu amor
Porque muriendo vivimos
Vida más clara y mejor«
Mi homenaje póstumo
Estas son tres estrofas extraídas de este himno homenaje a los caídos por España, con estos versos que emocionan porque llegan al alma de nuestra humanidad, que embargan de poesía nuestros sentidos, que susurran y evocan a tantos caídos. Con este himno homenajeo a los que ya partieron, a los que se fueron sin olvido, pero en silencio, sin hacer ruido, como no queriendo molestar a los que aún permanecemos vivos. A todos ellos, familiares, amigos y desconocidos, la muerte no es el final, sólo un paso a otro destino.
La Patria como defensa de la libertad
Porque los que no sienten estos versos, no pueden entender la esencia misma de lo que es la patria. Y sin patria no queda nada más que desesperación, odio y vileza. Porque la patria no es solo la tierra donde nacimos, crecimos y vivimos. No es solo un estandarte una bandera o un himno, un idioma, unas gentes, o la historia de varios siglos, ni tan solo una cultura común, es todo eso y mucho más, lo son ante todo las personas queridas, la familia, los amigos, vecinos, compatriotas. Todo eso es la patria, un compendio de valores y sentimientos racionales, humanos, históricos, culturales y sociales que nos unen en una misma nación.
Y cuando se van tantos y tantos compatriotas, la pena nos aflige y nos duele el alma por la ausencia. Unos durante la pandemia, otros de muertes repentinas, otros por patologías nuevas o que les afectan a las que ya tenían y otros miles de suicidados, que en España han aumentado exponencialmente. Sobre los muertos de la pandemia, hay miles y miles, aunque aun no se sabe la cifra exacta, estaríamos hablando de mas de 180.000 fallecidos, aunque hasta que no se pueda hacer un recuento libre, no sabremos la magnitud de esas cifras, muchas en consonancia con la criminal gestión de este gobierno, o el abandono en las residencias por el entonces vicepresidente de asuntos sociales, Pablo Iglesias, que ni se dignó en visitar alguna de ellas y que aun su despotismo, su falacia, falsedad y crueldad siguen estando sin castigo.
El recuerdo y el dolor nos hace más humanos
Desde que comenzó esta pandemia, que prácticamente vino de la mano de este gobierno criminal y sectario, está siendo una autentica tragedia humana, pero a pesar de ello, tenemos la obligación moral de recordar a todos aquellos que cayeron y fallecieron por este virus, de tenerlos presentes en nuestra memoria, pues mientras que les recordemos, seguirán teniendo el reconocimiento de la sociedad, de su legado, de sus vivencias y de todo lo que sufrieron para llegar a dejarnos una sociedad mejor, un futuro mejor, una nación mejor.
Pero de un tiempo a esta parte la muerte está siendo para muchos el final de sus vidas, al menos aquí en la tierra ─aunque esa muerte no sea el final del alma─ algunas veces inexplicables, otras con dudas en su diagnóstico, otras sencillamente nos dejan, sin más, aunque como dice el himno a los caídos, la muerte no será el final, sino un nuevo camino, una nueva andadura, menos caótica y sufrida, seguro más celestial e inmensamente más feliz y poética.
Es muy difícil sustituir a un ser querido, a un amigo, máxime a un padre, una madre o un hijo, es terrible intentar sustituir su ausencia, aunque la muerte sea “ley de la propia vida”, pues nacemos, vivimos y nos preparamos para ese nuevo camino que es la nueva andadura después de la muerte. Aunque sí reconforta saber que esa ausencia se calma con los recuerdos, que mientras permanezcan vivos en nuestra memoria, los mantendremos vivos en nuestros corazones. Esas personas queridas, amadas y en algunos casos reverenciadas, son insustituibles para el cuerpo y el alma, pues no se pueden suplir los abrazos ni los besos, no se pueden sustituir las sonrisas, ni las miradas perdidas en la ausencia, no se pueden tocar ni abrazar con sus brazos los míos, no se puede hablar, ni esperar a ser oído, no se puede ver, ni oler, ni sentir, solo hay vacío, tan solo esperar con calma y mantener la esperanza de volver un día a contemplar lo perdido, en esta vida o en cualquier vida del firmamento infinito.
En recuerdo póstumo a todos aquellos que perdieron la vida durante la pandemia y hasta nuestros días, así como a todos aquellos que han fallecido por causas aparentemente normales, o no tan normales, también a todos aquellos héroes públicos o anónimos que dieron la vida por su patria, mi agradecimiento eterno por vuestra contribución a la familia, a la sociedad y a España, pues sois pedacitos de patria que vivirán eternamente en nuestros corazones.
D.E.P.