Sexualidad y Cristianismo

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El debate eterno: ¿gay y cristiano?

Hace unos días asistí a una mesa redonda sobre „espiritualidad LGTBIQ“ organizada por el Centro Padre Arrupe de Valencia (España), o sea, por los jesuitas; los jesuitas, la orden religiosa a la que pertenece el papa Francisco, albergan en Valencia un grupo de católicos homosexuales y transexuales (que ellos llaman LGTBI) que forman, según contaron, una comunidad de oración y encuentro. En la mesa redonda los participantes trataron sobre todo de sus propias experiencias: que se sintieron culpables por su homosexualidad y que el „colectivo“ no entendía que alguien fuera gay o lesbiana y creyente católico al mismo tiempo. Había una religiosa y una psicóloga que acompañaban espiritualmente a „cristianos LGTB“ -en sus propias palabras-; estos no explicaron cómo desarrollaban tal acompañamiento espiritual. Participaba también en la mesa el decano de la facultad de Teología de Valencia, que es de la orden de los dominicos; este teólogo no habló del conflicto moral que sin duda ciertas iglesias cristianas plantean a sus feligreses ni tampoco dio unas indicaciones claras sobre el acompañamiento espiritual.

 No pretendo desmerecer la existencia una comunidad de oración para acoger a homosexuales y transexuales católicos; puede ayudar a muchos a aceptarse como cristianos homosexuales y transexuales sin renunciar a su fe. Lo que me motiva hoy para escribir es la decepcionante mesa redonda que no entró en el tema con el que la habían titulado -espiritualidad- ni tampoco abordó el tema de la homosexualidad en la Iglesia. Por otro lado, como se hace siempre en España, se ignora a los demás cristianos, a los no católicos, algunos de los cuales, que por vivir estas cuestiones sexuales de manera más positiva, podrían ser de ayuda. Además cuando un católico (probablemente pereteneciente a alguna organización integrista) entre el público planteó la moral tradicional, la moderadora de la mesa le dijo que no era el momento para tratar de ese tema; no obstante ese era el tema que en la mesa estaban planteando los miembros del grupo de espiritualidad LGTB: la incompatibilidad con las normas tradicionales y la culpabilidad.

                                        Contradicciones dolorosas

Después de la mesa redonda conversé largamente con una amiga muy comprometida en la Iglesia Católica; ella con el tiempo se ha sentido muy decepcionada porque su propia parroquia, en la que ella durante años había sido jefa de catequistas, rechazó para un puesto de responsabilidad a su hijo por ser homosexual; también él como su madre había sido colaborador muy activo en esa parroquia, la cual prefirió dar la responsabilidad a otro joven, éste heterosexual pero conviviente con su novia sin estar casados. Mi amiga y yo coincidimos en que la Iglesia Católica tiene un grave problema con el sexo y en que esto no solo perjudica gravemente a muchos creyentes, sino al crédito de la Iglesia, que incurre en absurdos y contradicciones. En este artículo pretendo denunciar algunos de estos sinsentidos contradictorios del Catolicismo y de otras iglesias cristianas, aunque gracias a Dios ya no de todas.

                                     María, el modelo católico de sexualidad

Precisamente una de las participantes en la mesa redonda dijo algo así como esto: „leo el Evangelio y no veo nada contra los homosexuales“. Pero la realidad es todavía más radical; el Nuevo Testamento no hace una condena de los homosexuales, porque ni siquiera menciona a los homosexuales. Podría extenderme sobre qué dice la Biblia acerca de la homosexualidad; hay libros muy buenos en español que tratan de este asunto y yo mismo escribí hace años un folleto y un artículo sobre ello, que circuló -y sigue circulando- por internet (sin pedirme permiso). Pero no quiero hablar de eso, porque el problema de la Iglesia Católica no es la homosexualidad, es el sexo.

                                                Los hermanos de Jesús

Y si, como cristianos, queremos tener una visión del sexo anclada en el Nuevo Testamento, pensemos en textos neotestamentarios como los siguientes.

„Alguien avisó a Jesús:
-Tu madre y tus hermanos están ahí fuera, y quieren hablar contigo“ (Mateo 12, 47).

Citas paralelas a la anterior se encuentran en Marcos y Lucas. O esta otra:
„¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago (Jacob), José, Simón y Judas ¿Acaso no están todas sus hermanas aquí con nosotros? (Mateo 13, 55-56a)

La Iglesia Católica presenta como modelo de fe, como modelo de lo que debe ser un cristiano a María. ¿Y cómo describe a María? Como una mujer perfecta, la discípula inmejorable de Jesús; y dentro de esa perfección María no solo tuvo a Jesús sin haber tenido sexo, sino que fue „semper virgo“, siempre virgen, nunca tuvo relaciones sexuales ni siquiera con su marido. La ausencia de sexo (no el celibato) es una de las caracterísiticas de esa cristiana avant la lettre que fue María. Y no importa que por doquier se nombre a los hermanos de Jesús, como el propio Pablo:

„Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacob (Santiago) el hermano del Señor“ (Gálatas 1, 18-19).

Pero Jesús no podía tener hermanos, porque, si los hubiera tenido, María no habría sido eternamente virgen, sino que habría tenido relaciones sexuales con su marido; así que hay que inventarse algo: por ejemplo, José, marido de María, había estado casado antes, era viudo y tenía hijos de su anterior mujer. ¿En algún pasaje del Nuevo Testamento se menciona la viudedad de José o a su anterior mujer? No, pero esta manipulación ha tenido mucho éxito; de ahí la tradición de representar a José como un anciano y a María como una chica joven. Otra opción es que no fueran hermanos, sino primos, porque los Evangelios se escribieron entre judíos, muchos de los cuales ¡pero no todos! eran de lengua aramea, y en esa lengua se decía igual hermano que primo; entonces, estos hermanos serían primos de Jesús, así se salva de nuevo la virginidad perpetua de María; pero el Evangelio no se escribió en arameo, sino en griego, y en griego se distingue perfectamente a los hermanos de los primos. El sentido de que no se hiciera distinción entre los primos y los hermanos en la antigua sociedad hebrea de pastores nómadas era que en aquella época muy primitiva del pueblo hebreo el patriarca de la tribu (entonces sí que había patriarcado), el más anciano dirigía su tribu, la cual estaba compuesta por sus hijos, sus nietos, bisnietos, etc. y las mujeres de ellos, que eran procedentes de otras tribus (los antiguos hebreos practicaban el matrimonio exógeno); todos los niños de la tribu, todos los hijos y descendientes del patriarca eran „hermanos“, o sea, descendientes del patriarca, y no se iban a casar entre primos carnales ni primos segundos, poque las esposas se traían de otras tribus (matrimonio exógeno), y las mujeres de esa tribu se casaban fuera de ella e iban a vivir a la tribu de su marido. Retomamos nuestro hilo de pensamiento: que si María era una mujer casada normal, entonces ya no podría ser la „cristiana perfecta“, porque el cristiano perfecto es virgen o casto o por lo menos célibe.

                                         La Biblia no condena la sexualidad

No hay ningún argumento bíblico para decir que Jesús no tuviera hermanos ni para afirmar que María y José no tuvieran una vida conyugal normal; ni de la Biblia entera se puede desprender la idea de que el sexo sea malo o la sexualidad condenada. ¿Por qué argumenta así la Iglesia Católica? Porque tienen un problema sexual y en lugar de reconocerlo y tratar de resolverlo, lo encubren argumentando de estas formas engañosas destinadas a posponer las soluciones. Hay muchos libros e investigaciones que exploran el origen del trauma sexual en el Catolicismo y es complicado resumir todo en un artículo breve.

Quiero tratar este tema tan difícil partiendo del Nuevo Testamento y para ello en primer lugar hay que distinguir qué es celibato y qué es voto de castidad; voto de castidad es un juramento sagrado de no tener ningún tipo de experiencia sexual intencionada, incluyendo la masturbación; el voto de celibato, en cambio, es el juramento de no tener pareja y vivir soltero. Ciertamente en la práctica, celibato y voto de castidad se confunden, ya que, según la moral católica -y cristiana- tradicional, cualquier acto sexual, incluyendo la masturbación, sólo puede realizarse dentro del matrimonio. Los presbíteros católicos no hacen voto de castidad, sino de celibato; su gran pecado sería tener una pareja, aunque sea una relación puramente platónica sin sexo. En cambio los varones y mujeres que entran en la vida monástica hacen voto de castidad, o sea, de no practicar el sexo en absoluto, no de no tener pareja, si bien en la vida monástica la pareja queda automática y lógicamente excluida. En el Cristianismo que podríamos llamar posterior al edicto de Milán (la tolerancia religiosa de Constantino en el año 313) surgieron muchas experiencias que hoy ya no están vivas en la vida cristiana: matrimonios que hacían voto de castidad conjuntamente, es decir, no de celibato, porque tenían pareja; mujeres que ofrecían su virginidad para toda su vida. Otras formas de castidad o de „vida monástica“ han surgido en el siglo XX, como los llamados „laicos consagrados“, personas que trabajan en la vida laica, no practican el rezo de la liturgia de las horas, y a veces ni siquiera viven en comunidad.

En las iglesias ortodoxas y orientales los popes (presbíteros) no están obligados al celibato, pero los obispos sí; los monjes y las monjas hacen voto de castidad. Este hecho provoca que los obispos en esas iglesias sean normalmente monjes.

                                               El sexo femenimo en la Iglesia

Y ya que menciono a las monjas, relación con el sexo tiene también la prohibición de que las mujeres desempeñen cargos de responsabilidad en la Iglesia, cosa que ya no ocurre en las iglesias protestantes históricas como luteranos, metodistas, epicopales, reformados, pero sigue estando vigente en la mayoría de iglesias, incluyendo a las iglesias protestantes fundamentalistas. Los que apartan a las mujeres de la responsabilidad y la dirección de las iglesias, no ven que esta cuestión sea un asunto pendiente muy grave en la vida eclesiástica y esconde la idea de que las mujeres, por su sexualidad, no son aptas para el servicio litúrgico.

                                           El sexo, centro de la moral católica

En algunas iglesias cristianas, la moral se centra en el sexo y lo que se enseña a los niños en la catequesis, lo que se transmite a los fieles en los púlpitos y lo que se predica en la misión fuera de la iglesia es que ser un buen cristiano se basa sobre todo en guardar los preceptos sexuales. La obsesión con la sexualidad llega hasta el extremo de mezclar los mandamientos sexuales con transgresiones como la violación o el aborto, que, si bien implican sexo, no son pecado por el sexo en sí sino por la violencia o el asesinato ¿Por qué el Cristianismo ha dado tanta importancia al sexo desde la Antigüdad Tardía hasta el día de hoy? No es fácil responder a esta pregunta, pero sí puedo expresar que el modelo sexual que se nos propone como cristiano en exclusiva, no tiene una justificación bíblica.

                                       El celibato distorsiona la realidad moral

La máxima expresión del problema sexual del Catolicismo es el celibato sacerdotal. Según la Iglesia Católica los curas católicos (cuyo nombre correcto es „presbíteros“) por el simple hecho de haber sentido una vocación al servicio religioso ya están „llamados al don del celibato“. Sí, el Cristianismo desde el siglo IV, cuando se inició el monacato, empezó a valorar la virginidad o en su lugar la abstinencia sexual como un mérito de fe cristiana superior al matrimonio y a la vida familiar. A lo largo del Medievo se arraigó esta tendencia de ver el monacato como una forma superior de vida cristiana. La Reforma protestante eliminó esta tradición, que no era originariamente cristiana, ya que hasta el siglo XII no se generalizó la obligatoriedad del celibato en la iglesia medieval occidental (no en la de Oriente, como ya he dicho arriba). Hay muchos testimonios que demuestran que, aunque los curas en la iglesia occidental no podían casarse, era habitual que tuvieran una „barragana“, una concubina, o sea, una mujer que era en la práctica su esposa, ya que se comportaban a todos los efectos como un matrimonio.

La Iglesia Católica enseña que si alguien tiene vocación sacerdotal, tiene el carisma, el don del celibato; a poco que conozcamos a cualquier cura -no sé si alguno estará leyendo este artículo-, todos sabemos que esto no es así; de hecho, curas excelentemente valorados por sus feligreses, o cuyas parroquias funcionan bien o cuya misión es exitosa, no guardan el celibato. Pero el colmo de la hipocresía católico-romana es que el celibato solo afecta a los curas de rito latino, o sea, los europeos occidentales y centrales, americanos, africanos, de Oceanía, porque los católicos de rito oriental, los llamados uniatas, no están obligados al celibato. Increíble, si eres cura católico en Rusia, en Ucrania, en Rumania, en Siria, en Turquía, en Irak… Dios no te da el don del celibato, pero si has nacido en España, en Perú, en Bolivia, en Venezuela, en Sudáfrica, en Australia, en Alemania… entonces sí que te lo da. Otra hipocresía, que además fue un grave atentado contra el ecumenismo, fue que cuando los episcopales (anglicanos, episcopalianos, Unión de Utrecht) aprobaron la ordenación de mujeres, a los tradicionalistas que abandonaron la Iglesia Episcopal, la Iglesia Católica los recibió reconociéndoles su ordenación y permitiendo a los que estaban casados que siguieran su vida matrimonial.

                                               Homosexuales y castidad

De una forma paralela a lo que pasa con la obligatoriedad del celibato para los presbíteros de rito latino (mal llamados curas), a los homosexuales se les impide una unión legitimada por la Iglesia y por tanto, como el sexo extramatrimonial está vetado, los homosexuales son personas destinadas a vivir en castidad absoluta. ¿Acaso Dios les ha dado el mismo don que según el Catolicismo reciben todos los curas occidentales? Si no puedes tener una pareja reconocida por la Iglesia y tampoco puedes tener sexualidad fuera del matrimonio, en la práctica ser homosexual para la Iglesia Católica y para algunas otras es estar obligado a castidad perpetua. Los más abiertos dentro de estas iglesias admiten que los homosexuales puedan tener pareja, siempre que se abstengan de cualquier tipo de actividad sexual; otros rechazan esta posibilidad con el argumento de que ponerse en peligro de cometer un pecado ya es en sí mismo un pecado, y tener pareja constituiría una tentación permanente. Ante tan halagüeñas perspectivas muchos homosexuales abanadonan la Iglesia e incluso rechazan la religión.

¿Acaso es posible rechazar una parte intrínseca, tan íntima, tan propia de uno mismo sin rechazarse a sí mismo, como es la sexualidad? Todos los homosexuales hemos experimentado que no es posible vivir en paz consigo mismo sin aceptar la propia sexualidad. Otra cuestión sería determinar qué es aceptar la homosexualidad y cómo cada persona pueda vivir esa aceptación personal.

                                                     Homosexuales en la Biblia

Los mandamientos sexuales de las iglesias tradicionalistas excluyen a las personas solteras de cualquier práctica sexual, incluyendo la masturbación; además la Iglesia Católica -aunque no es la única- prohibe ciertas prácticas sexuales también en el matrimonio. El cristiano modélico, ejemplificado para los católicos en María, no tiene sexo; si es un „elegido“, es llamado por Dios a guardar la abstinencia sexual absoluta durante toda su vida, y si es un cristiano de segunda y no se va a hacer cura ni religioso, entonces „sólo“ mientras esté soltero, que en el caso de algunas personas, especialmente homosexuales, es algo que puede durar toda la vida. Incluso los heterosexuales casados tienen muchas prohibiciones.

El espacio que da un artículo como éste no permite explicar detalladamente por qué la Biblia, pero especialmente el Nuevo Testamento, no prohibe la sexualidad. Tendríamos que ir tema por tema: homosexualidad, sexo fuera del matrimonio, poligamia, adulterio… Sí que hay pasajes en las Epístolas de Pablo que condenan ciertas prácticas sexuales, pero las traducciones bíblicas (todas las Biblias que leemos son traducciones del original escrito en griego antiguo) que incluyen la palabra „homosexualidad“ están equivocadas. Hay muchísimos argumentos y muchos libros que lo ponen en evidencia pero sólo voy a decir uno: la palabra homosexual se usó por primera vez en 1869 por el escritor austro-húngaro Karl-Maria Kertbeny, por tanto Pablo ni ningún otro autor del Nuevo Testamento pudieron usar esta palabra ¿Existían homosexuales en el tiempo de Jesús y del Cristianismo primitivo? Por supuesto, y transexuales también; y existían en tiempos del Antiguo Testamento. Los que leáis la Biblia, conoceréis la historia de David y Jonatán, cuando Jonatán era el heredero del rey Saúl y David era un soldado que luchaba para el rey Saúl; habiendo muerto en combate Jonatán y su padre el rey, cuando David se enteró, hizo una elegía fúnebre con estas palabras :

»¡Cómo han caído los valientes
en el campo de batalla!
¡Jonatán ha sido muerto
en lo alto de tus montes!
¡Angustiado estoy por ti,
Jonatán, hermano mío!
¡Con cuánta dulzura me trataste!
Para mí tu amor era más valioso
que el amor de las mujeres.
¡Cómo han caído los valientes!»

(II Samuel 1, 25-27a)

O habréis leído lo que Rut le dice a su exsuegra Noemí:

Rut respondió: „no me ruegues que te deje y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú vayas, iré yo, y dondequiera que vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, moriré yo, y allí seré sepultada; y que Dios me castigue si no cumplo mi promesa. Nada nos separará, ¡ni siquiera la muerte!“ (Rut 1, 15-17).

Este texto lésbico se leía en las liturgias de boda durante siglos sin que nadie pusiera pegas a que esa declaración de amor dirigida de una mujer a otra fuera el modelo que la Iglesia proponía a los nuevos cónyuges heterosexuales.

                                            ¿Hablan los Evangelios de sexualidad?

Los Evangelios apenas hablan de sexo exceptuando el texto en que Jesús perdona a la mujer adúltera (Juan 8, 1-11) o las referencias genéricas a los mandamientos, cosa que se refiere a la Torá judía, o como mucho, las referencias a las personas „justas“, que eran las que cumplían la Torá; sin embargo, las Epístolas sí que tienen referencias a pecados sexuales, pero tenemos un problema de comprensión del vocabulario griego de la época porque no está claro a qué actos o situaciones sexuales concretas se refieren. Tenemos para iluminar este desconocimiento la vida práctica de los cristianos de los primeros siglos, lo que ellos vivían, y también tenemos los documentos extrabíblicos escritos a partir del siglo II. Y lo que puedo decir brevemente es que la vida de los primeros cristianos no era como nos la imaginamos a nuestra imagen y semejanza actualmente; su mundo era muy distinto y su vida no se parecía a la nuestra, tampoco en lo sexual.

No es una casualidad que la única iglesia cristiana que tiene celibato obligatorio, sea la que da más problemas sexuales a sus feligreses y la que tiene más prohibiciones; que los jerarcas que marcan la moral sexual de los católicos tengan como ideal vital personal el celibato, sin duda determina su manera de pensar sobre la sexualidad humana.

                                      Homosexuales, transexuales y moral cristiana

El asunto de la homosexualidad y la transexualidad en la Iglesia es complejo y se encuadra dentro de la comprensión cristiana general sobre la sexualidad. Entre teólogos y exegetas ya hay un debate extenso, que por desgracia no trasciende a los feligreses de a pie. Más allá de los consensos evidentes entre cristianos (como el rechazo de la pederastia, el aborto, el infanticidio, la infidelidad o la poligamia), yo no pienso que en el sexo todo valga, que todo deba permitirse o que todo sea bueno; mucho en referencia al sexo debe ser debatido y repensado. La sociedad occidental desde mediados del siglo XX ha legitimado muchas prácticas sexuales que estaban mal consideradas hasta los años 60; es lo que llamamos la revolución sexual. Y que nadie piense que yo afirmo que todo esté bien o sea aceptable; al contrario la sociedad que ha surgido de la reavolución sexual ha fracasado: las familias desestructuradas, los numerosos niños que crecen sin padre, el fracaso de muchísimos matrimonios (en España la mitad), el incremento del consumo de drogas legales e ilegales, las gigantescas tasas de ansiedad, estrés y depresión, el aumento de acoso laboral o escolar, la violencia generalizada, el desprestigio del esfuerzo, etc. muestran que se han dinamitado los valores morales tradicionales de la sociedad y no han sido reemplazados por nada suficientemente valioso o convincente, lo cual ha conducido a una crisis humana sin precedentes. Los llamados „colectivos LGTBI“ han reivindicado los derechos de los homosexuales con todo el éxito en Occidente, pero no han llamado a los homosexuales a sus responsabilidades ni les han recordado que todo derecho comporta una obligación.

En conclusión, hace falta una reflexión entre los cristianos en general y entre los cristianos homosexuales y transexuales en particular para definir una moral sexual insipirada en el Evangelio. Primero una moral que no excluya a quienes tenemos una orientación sexual distinta, que no hemos elegido, y segundo que no convierta el sexo en un tabú para todos; ambas cosas provocan daño, hipocresía, confusión y exclusión de la Iglesia no justificadas en la Escritura. Y en tercer lugar una moral sexual conscienste, autónoma, no condicionada por el marxismo cultural, el pensamiento woke.

Que nadie nos condene por nuestra condición sexual, que a nadie le permitamos decirnos si somos o no somos cristianos, que no consintamos a los del „colectivo“ descalificarnos por nuestra fe.

Valencia, España, diciembre de 2022


Rafael S. Vargas Rivera (Licenciado en Filología Bíblica Trilingüe por la Universidad Pontificia de Salamanca y miembro de la Iglesia Española Reformada Episcopal; las opiniones son exclusivamente mías)-

Autor

  • Rafael Rivera

    Profesor de Latín y Cultura Clásica en ESO y Bachillerato Licenciado en Filología Clásica y Lingüística Indoeuropea por la Universidad de Salamanca Licenciado en Filología Bíblica Trilingüe por la Universidad Pontifica de Salamanca Profesor de ELE (español lengua extranjera) Miembro de la Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE) Actualmente estudiante de Teología en el CEA (Centro de Estudios Anglicanos)

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