La mayoría de los menores de cuarenta años que lean este artículo no sabrán de donde procede la palabra “Requiem” ni conocerán la novela de Ramón J. Sender que trato de homenajear con este título. Es normal, las sucesivas reformas educativas que se han “perpetrado” en nuestro país han ido encaminadas precisamente a estos dos fines: desconectar a los ciudadanos con su acervo cultural y reducir los niveles de exigencia en el sistema.
El nuevo decreto sobre educación aprobado por el gobierno del Sr. Sánchez da una vuelta de tuerca más a este plan maléfico que trata de aturdir a las clases medias y trabajadoras. En una sociedad como la nuestra, al menos antes de que las ideologías buenista y progresista lo destruyeran todo, los caminos más sólidos para el ascenso social de las familias menos favorecidas eran la educación y el trabajo duro. Desde los Planes de Estabilización (1959) y el inicio del desarrollismo español, los hijos de las capas sociales más populares han podido ascender económica y socialmente por medio de la enseñanza -sobre todo de la pública- gracias a unos planes de estudio que les garantizaban una base cultural, unos conocimientos técnicos y unos valores sobre los que cimentar su visión del mundo -o, si eran rebeldes, contra los que luchar-. Luego ya empezó el esperpento de la mano de las reformas “para adaptar las exigencias a las habilidades de los niños”, la reducción de la autoridad de los maestros para “establecer relaciones paritarias entre la figura del profesor y el discípulo” y la eliminación de los exámenes para “no estresar a los alumnos”.
Hay que desconfiar de los políticos que proponen la eliminación de las pruebas de evaluación, la bajada de los niveles de exigencia y la superación de cursos sin haber aprobado las asignaturas correspondientes. Por muy macabro que parezca, el objetivo de las élites actuales es la supresión de cualquier fundamento intelectual en los menores para crear futuros ciudadanos, sin valores ni conocimientos, que difícilmente puedan hacer la contra a las decisiones del poder. El empeño por no evaluar los conocimientos de estos alumnos demuestra el afán de los responsables políticos de la educación por esconder las pruebas de su delito. Si los niños pasan por el sistema sin interiorizar los conocimientos necesarios y, además, no existen pruebas de evaluación para constatar este fracaso –programado y deliberado-, los responsables de este crimen resultan impunes. Si los padres no reciben las notas de sus hijos constatando que no han superado los baremos de conociendo exigidos serán ignorantes de la falta de nivel de sus vástagos, no podrán constatar la gravedad de la situación. Ese es el objetivo del poder -que siempre trabaja a largo plazo-, desmantelar el sistema educativo y, en última instancia, reducir el nivel cultural y critico de los habitanes del futuro. Esta es la verdadera agenda 2030 de la modernidad, el anhelo de nuestros gobernantes que se llenan la boca diciendo que están “adaptando la educación a los niños” y que lo único que quieren es volver a una sociedad medieval en el que la cultura este recluida en los colegios privados y caros a los que las élites políticas y económicas llevan a sus hijos.