ARCO 2022 ¿DÓNDE ESTÁN LOS LÍMITES DEL ARTE?

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Uno no deja de decepcionarse cuando visita esta feria y deambula por interminables pasillos buscando alguna obra interesante en la que posar su mirada. Nada; nada de nada. El arte contemporáneo ha llegado a unos límites de vacuidad pueril difíciles de superar que, aun así, intenta rebasar cada año cuando llega ARCO.

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Prosigues con el paseo y eres consciente de que tu ojo no va a encontrar algo digno de un mínimo valor estético o grandeza temática. Desolado, tratas de entender lo que pasa pegando tu oído a alguno de los galeristas que se afanan por vender insursas obras a acaudalados clientes -presuntos entendidos y amantes del arte-. Este ejercicio de humildad, esta asunción de que, probablemente, el problema sean las entendederas de uno mismo, esta búsqueda de una explicación de lo que está pasando es definitivamente desoladora. Lo peor de esta feria no son las obras que cuelgan de sus paredes o se desparraman pos sus suelos, lo peor de todo es escuchar los relatos -vacuos y absurdos- con los que los vendedores tratan de justiciarlas. Aquí sí que se sublima la estupidez contemporánea y llega a alcanzar cimas nunca vistas en la historia de la Humanidad.

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 Algunos temas recurrentes como el feminismo o el muticulturalismo, palabras clave como resilencia o evolución utilizadas en cualquier contexto y una decoración de los espacios sobria y cutre – típicas sillas fabricadas con pallets- completan la estampa. Da gusto ver a esta gente tan fina y sofisticada comer a medio día cualquier cosita ligera en un cuenquito de plástico con un tenedorcito desechable como si fueran recolectores de arroz camboyanos en su descanso matinal, esto es lo “chic” ahora. Estoy convencido de que los marchantes de antes cerraban sus tratos en elegantes cafeterías, comían en exclusivos restaurantes y brindaban con champán cuando vendían alguna obra importante. La gente que nos precedió, esos que algunos tildan de anticuados, se tomaban en serio su propio confort, su propia vida, no bebían un refresco de cola en un vaso de plástico sentados en unas sillas de escolares –muy de moda últimamente- como si fueran adolescentes de los años ochenta.

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 Lo mejor de todo es ver la cara de los acaudalados compradores cuando les cuentan esas rocambolescas historias y les piden cien o doscientos mil euros sentados en un asiento hecho con maderas recicladas y tomando un refresco en un recipiente de cartón. Como civilización no podemos caer más bajo. El arte contemporáneo es un fiel reflejo del mundo pueril y deslucido en el que vivimos, eso no podemos negarlo.   

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