BLAS DE LEZO: ORGULLO DEL IMPERIO ESPAÑOL

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Blas de Lezo y Olavarrieta, nació en Pasajes, Guipúzcoa el 3 de febrero de 1689 y murió en Cartagena de Indias, Nueva Granada, el 7 de septiembre de 1741, fue un almirante español conocido por la singular estampa que le dieron sus numerosas heridas de guerra, considerado uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española y famoso por comandar con éxito la defensa de Cartagena de Indias durante el asedio británico de 1741.

«Yo me dispongo a entregarlo todo por la patria, cuyo destino está en juego; entregaré mi vida si es necesario para asegurarme que los enemigos de España no habrán de hollar su suelo»

En 1702, con la edad de 12 años, ingresó como guardia marina en la Armada Francesa (la Armada española no tendría escuela de guardiamarinas hasta 1717), pues las marinas de guerra española y francesa habían sido unidas tras la llegada al trono de España de Felipe V. Su primera acción de guerra fue la batalla naval de Vélez Málaga (24 de agosto de 1704), donde una bala de cañón le arrancó la pierna izquierda por debajo de la rodilla, y en la que por su comportamiento Luis XIV le ascendió a alférez de bajel de alto bordo y Felipe V le concedió una merced de hábito.

En otra acción contra navíos de la Armada de Saboya, fue herido en el ojo izquierdo perdiendo la visión en éste. Destinado al puerto de Rochefort apresó un total de once barcos enemigos. En 1710 fue ascendido a capitán de fragata. Este último año combatió y apresó al navío inglés Stanhope de mayor tamaño y potencia de fuego, victoria que le hizo famoso. En 1712 la Armada española se independizó de la francesa y Lezo pasó a servir en la escuadra de Andrés de Pez, cuyos informes favorables serían determinantes para su ascenso, ese mismo año, fue ascendido a capitán de navío. En 1714, durante el asedio a Barcelona, al mando del Campanela, una bala de mosquete le dejó inútil el brazo derecho.

Con apenas veintiséis años, Blas de Lezo era ya cojo, tuerto y manco, pero también había empezado a formarse su leyenda y entre los marineros ya era casi un mito el marino vasco al que llamaban anka motz (“pata de palo” en vasco).

En 1716, Blas de Lezo fue asignado a la escolta de la flota de los galeones que partió a tierras americanas.

De regreso, fue destinado a Cádiz, donde, en 1720, fue nombrado capitán del flamante buque Nuestra Señora del Pilar, también llamado León Franco. Integrado en una escuadra hispano- francesa, mandada por Bartolomé de Urdinzu, partió hacia Perú con la misión de erradicar los ataques de corsarios y piratas. La escuadra de Urdinzu pasó los siguientes tres años en misiones de patrulla y escolta y las durísimas condiciones de navegación en un océano paradójicamente llamado Pacífico produjo que tanto barcos como tripulaciones quedasen en pésimo estado, hasta el punto de que el mismo Urdinzu pidió su relevo por enfermedad y Lezo fue nombrado general de la Armada y jefe de la Escuadra del Mar del Sur el 16 de febrero de 1723.

Blas de Lezo estableció una magnífica relación de trabajo con el arzobispo virrey fray Diego Morcillo, pues ambos consideraban prioritario contar con una poderosa flota de guerra. Como jefe de la Escuadra del Mar del Sur, Lezo se ocupó de reorganizar y modernizar su escuadra y, a principios de 1725, capturó al corsario holandés, Flissinguen, y puso en fuga a otros cuatro barcos enemigos. El recibimiento de Lezo en Callao fue apoteósico y su fama corrió de puerto en puerto. En Lima, conoció a Josefa Pacheco de Bustos, hija de un acaudalado comerciante, con quien se casó el 5 de mayo de 1725.

En junio de 1732, Lezo fue a Alicante para unirse a la expedición española reunida para recuperar Orán, al mando de Francisco Cornejo, pasando Blas de Lezo a ser su segundo jefe. Tras vencer una casi testimonial resistencia, las tropas de Felipe V entraron en la plaza el 1 de julio de 1732. Escasas semanas después de haber zarpado la escuadra española se produjo un contraataque apoyado por nueve galeras del Bey de Argel. Lezo regresó con refuerzos y, consciente que la amenaza contra Orán persistiría mientras la flota enemiga no fuese destruida, se dispuso a perseguirla. En febrero de 1733 la encontró fondeada en la ensenada de Mostagán, en la costa de Argelia, defendida por dos fuertes artillados. Tras una dura pelea capturó la nave almiranta argelina, incendió el resto de sus buques y destruyó los fuertes en tierra.

Mientras tanto, su carrera seguía en ascenso, siendo nombrado teniente general de la Armada y destinado como comandante general del departamento de Cádiz (6 de junio de 1734). Dos años más tarde, Lezo fue trasladado a El Puerto de Santa María como comandante general de los Galeones, bajo cuya responsabilidad estaba la seguridad del comercio atlántico.

Cartagena de Indias ha sido llamada la “Llave de las Indias”, pues, aparte de su relevancia comercial, era también la clave geoestratégica de América del Sur al estar comunicada, por el canal del Dique, con el río Magdalena, por el que se accedía al interior del recientemente reinstaurado virreinato de la Nueva Granada.

Blas de Lezo llegó el 11 de marzo de 1737 al mando de una escuadra compuesta por dos buques de guerra que daban escolta a ocho mercantes y dos navíos de registro. Sus barcos pasaron a reforzar el contingente naval encargado de la defensa de la ciudad, algunos se encontraban allí y otros se irían incorporando durante su estancia. En cuanto a las tropas, teóricamente disponía de unos seis mil hombres, pero tal número había sido seriamente mermado por las enfermedades, de modo que parece más verosímil que los efectivos reales rondasen los mil ochocientos soldados regulares, ciento cincuenta marinos armados y quinientos milicianos. Por lo que respecta a pertrechos y avituallamientos, la situación era desesperada y los métodos expeditivos que empleó para obtenerlos le generaron la enemistad de no pocos funcionarios de la Corona.

En abril de 1740 llegó a Cartagena de Indias el nuevo virrey de la Nueva Granada, Sebastián de Eslava.

Lezo le informó de las recientes acciones inglesas, del estado de la Armada y de las disposiciones que se habían tomado hasta ese momento. Respecto a la inminencia del ataque inglés, el virrey consideraba que era sólo un rumor al que no había que dar demasiado crédito, ya que los ingleses, en caso de atacar, sin duda se decidirían por La Habana o por alguna otra plaza del Caribe.

El Tratado de Utrecht fijaba toda una serie de estipulaciones favorables a los ingleses, quienes, por si éstas no fueran suficientes, se habían dedicado a abusar de ellas, transformándolas en una excusa para ir aumentando su presencia en la economía virreinal española.

El vicealmirante Vernon, comandó una gran flota formada por ciento noventa y cinco naves y en torno a treinta mil hombres que tenía como objetivo tomar el puerto español de Cartagena de Indias, principal puerto del Virreinato de Nueva Granada, defendido por el almirante español Blas de Lezo. La flota británica sumaba dos mil cañones dispuestos en casi ciento ochenta barcos, ocho navíos de tres puentes, veintiocho navíos de línea, doce fragatas, dos bombardas y ciento treinta buques de transporte, y en torno a treinta mil combatientes entre marinos (quince mil), soldados (nueve mil regulares y cuatro mil de las milicias estadounidenses) y esclavos negros macheteros de Jamaica (cuatro mil).​

Las defensas de Cartagena incluían tres mil hombres entre tropa regular (unos mil setecientos ochenta), unos quinientos milicianos, seiscientos indios flecheros traídos del interior, más la marinería y tropa de desembarco de los seis navíos de guerra de los que disponía la ciudad (ciento cincuenta hombres): el Galicia, que era la nave capitana, el San Felipe, el San Carlos, el África, el Dragón y el Conquistador. Tras tomar algunas de las defensas de la ciudad, el asalto británico al castillo San Felipe de Barajas, el último baluarte importante que la defendía, fracasó el 20 de abril; con gran parte de la tropa enferma, grandes bajas sufridas en los combates y la llegada de la época de lluvias, los británicos optaron por destruir las defensas a su alcance y abandonar el asedio.

El primer acto de la ofensiva inglesa fue el intento de tomar el fuerte de la Guaira, que fue frustrado por la determinada oposición de los buques de la Real Compañía de Guipúzcoa allí fondeados. Ante esta inesperada resistencia española, Vernon decidió dirigirse a Portobelo para cumplir su promesa, realizada en su discurso ante la Cámara de los Comunes, de tomarlo con sólo seis barcos, lo que hizo el 22 de noviembre de 1739.

El vicealmirante inglés aprovechó la espera de los refuerzos que le había prometido su Gobierno para atacar y tomar el fuerte de Chagre y efectuar una serie de reconocimientos y bombardeos contra Cartagena de Indias. Finalmente, en julio de 1740 zarpó de Inglaterra una flota, al mando del almirante Chaloner Ogle, a la que se le añadirían, un poco más tarde, los transportes a bordo de los que iban nueve mil soldados ingleses y milicias reclutadas en las colonias inglesas de América del Norte.

La batalla por Cartagena de Indias comenzó el 15 de marzo de 1741, cuando desde sus murallas se divisó la flota de Vernon. El acceso por mar a la bahía de Cartagena de Indias queda cerrado por la ensenada de Bocachica, cuya custodia estaba encomendada, en 1741, al fuerte de San Luis, al mando del coronel de ingenieros Carlos Desnaux. Tanto Lezo como Eslava eran conscientes de su importancia, por lo que la guarnición recibió instrucciones de resistir a toda costa. Desde el mar, San Luis de Bocachica, sus baterías y fuertes complementarios eran casi inexpugnables, pero, desde tierra, la cosa era bien distinta, por lo que Vernon dio la orden de atacarlo desde el interior.

El vicealmirante Vernon, creyendo haber abierto el cerrojo de Cartagena, despachó a Inglaterra la fragata Spence con la noticia de su inminente caída. Tan seguros estaban en Londres de la victoria de Vernon que mandaron acuñar medallas conmemorativas (ejemplares de ésta se exhiben en el Museo Nacional de Colombia y el Museo Naval de Madrid). Entre las más populares estaban unas en las que se veía la figura del vicealmirante inglés recibiendo la espada de manos de Blas de Lezo que se la ofrecía de rodillas (postura que su orgullo y su pata de palo nunca le hubieran permitido adoptar), rodeada por la leyenda “el orgullo español humillado por el almirante Vernon”.

Diez días más tarde, los ingleses desembarcaban tropas a menos de cinco kilómetros de Cartagena de Indias. Cerca de allí se encontraron con el convento de la Popa, en lo alto del cerro del mismo nombre, que procedieron a ocupar sin problemas, pues hacía tiempo que había sido abandonado ya que de nada servía para la defensa de la ciudad. Durante este tiempo los defensores de Cartagena de Indias no estuvieron inactivos.

Blas de Lezo, pese a su herida, inspeccionaba el estado de las defensas montado a duras penas a caballo. Los ingleses continuaron desembarcando hombres y pertrechos para el asalto final al que solamente se interponía el castillo de San Felipe de Barajas, construido abrazando el cerro de San Lázaro.

En la madrugada del 20 de abril una columna de soldados, al mando del coronel Wynyard, partió hacia las murallas de San Felipe, pero cuando llegaron ya amanecía, con lo que habían perdido el factor sorpresa, pese a lo cual decidieron cargar contra San Felipe sólo para descubrir que sus escaleras no llegaban al borde de las murallas, pues no habían tenido en cuenta que Lezo había ordenado excavar un profundo foso de protección alrededor de todo el perímetro del cerro de San Lázaro. La suerte de otra patrulla asaltante a las órdenes del coronel Grant fue aún peor, pues, alertada la guarnición, fue derrotada tras un duro combate.

El asalto a San Felipe de Barajas había fracasado y Blas de Lezo propuso una salida para perseguir al enemigo, pero el virrey Eslava, temeroso de una emboscada, se negó. Pero, aunque los españoles no lo supieran, los ingleses no estaban en condiciones de emprender un nuevo asalto.

Contra todo pronóstico, Cartagena de Indias había resistido el ataque. Seis navíos de guerra y menos de tres mil hombres detuvieron una fuerza invasora de cincuenta buques de guerra, apoyados por otras ciento veinte naves, y treinta mil hombres. Cada barco y soldado español hizo frente y derrotó a diez ingleses. Las pérdidas sufridas en buques, seis naves incendiadas y entre diecisiete y veinte tan averiadas que sería imposible repararlas, provocó que el Gobierno británico tuviera que dedicar todas sus fuerzas a la defensa de las Islas Británicas, abandonando cualquier intento de expansión más allá del Atlántico Norte y el Mediterráneo. Nunca más los ingleses se atreverían a montar una expedición a gran escala contra las posesiones españolas en América.

Una vez zarparon los ingleses, el enfrentamiento de Lezo con el virrey se desató. Eslava escribió al Rey pidiendo que se castigase al marino, mientras Lezo intentaba salvar su reputación acudiendo a sus superiores.

Pese a los informes favorables del secretario de Marina José Patiño, la labor de desprestigio del virrey había dado su fruto y el Rey, por medio de una Real Orden, fechada el 21 de octubre de 1741, destituía al marino ordenándole regresar a la Península Ibérica.

Era ya tarde, pues, a las ocho de la mañana del 7 de septiembre de 1741, Blas de Lezo había muerto a consecuencia de las heridas recibidas en la defensa de Cartagena de Indias.

Muchos de los que participaron en los hechos fueron premiados: a Eslava se le concedió el título de marqués de la Real Defensa; el coronel de ingenieros Carlos Desnaux fue ascendido a brigadier, e incluso al vencido Vernon, con el paso de los años, se le levantaría un monumento en la abadía de Westminster, panteón de los héroes británicos. A Blas de Lezo, por el contrario, sólo su muerte le salvó de tenerse que enfrentar a su destitución y castigo y sus restos descansan en un lugar desconocido de Cartagena de Indias.

Su figura no sería rehabilitada hasta muchos años más tarde, gracias al empeño de su hijo.

«Una nación no se pierde porque unos la ataquen sino porque quienes la aman no la defienden». (Blas de Lezo)

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